En pleno corazón de Madrid, pegado a la calle mayor y en la plaza con el mismo nombre, encontramos el Mercado de San Miguel, un lugar histórico y monumental cargado de reminiscencias literarias.
Hablar del mercado es hablar de la historia de los siglos XIX y XX en una ciudad donde los mercados fueron lugar de encuentro, de abastecimiento y de socialización de todo un pueblo. Está considerado Bien de Interés Cultural en la categoría de Monumento. Su construcción, bajo la dirección de Alfonso Dubí y Díez, se concluyó en 1916 siendo el único mercado que se conserva íntegramente construido en hierro. No obstante, sus orígenes fueron al aire libre tomando forma en 1835 con el primer proyecto firmado por Joaquín Henri. De aquel primer proyecto, sólo se ejecutaron unas portadas siguiendo el resto al aire libre. La anarquía que suponía la mala organización, unido a la necesidad de adaptar los mercados a las necesidades de los lugareños (estamos hablando de una de las zonas más castizas de Madrid) hizo que en 1911 se encargara el proyecto definitivo que ha llegado hasta nuestros días. Consta de una planta baja con estructura metálica de soportes de hierro fundido y un sótano para almacenes.
Durante años, permaneció cerrado, abocado a convertirse en chatarra hasta que las nuevas tendencias gastronómicas, el show-cooking y el mercado gourmet abrieron una ventana a la esperanza para el edificio. Años de restauración y la clara apuesta por una nueva fórmula para vender-degustar han traído el éxito del Mercado de San Miguel. Formato que han copiado otros mercados en España como el Mercado Victoria de Córdoba, abierto hace apenas un año y formato al que apuntan otros mercados, principalmente en ciudades turísticas.
En el Mercado de San Miguel, se puede disfrutar de productos de primera calidad, mariscos, carnes, chacinas, vinotecas… y minúsculos puestos donde degustar, por ejemplo, caviar con vodka o suculentas ostras con champagne seguidas de un Gin Tonic de ginebras Premium. Cocina de mercado como una Paella o tapas elaboradas acompañadas de un pescado fresco o marisco a la plancha. Carnes de primera y los mejores jamones de bellota. Aquí, el protagonismo no está en el chef, está en la materia prima. Degustar sin más, disfrutar como en si se estuviera en el mejor y más variado bar de pinchos de la capital, o comprar y degustar en casa. Pocos centros se pueden encontrar en el que la oferta gastronómica sea tan variada y tan exquisita. En todos éstos puestos y platos, hay siempre dos elementos en común. Las ganas de disfrutar de la gastronomía y el vino que acompaña siempre las mejores viandas.